Honestidad Brutal
Eye:
QUE COSAS..NO?
“Te pareces al Dr. House”, me dijo la chica con desenfado y luego sonrió con coquetería. La miré igual que haría un detective en una novela de James Ellroy. “Bueno, pero, umm, no físicamente”, se le atoraron las palabras, “quiero decir, mm, que tu forma de ser es muy parecida”. Supongo que se refería a esa jalada de “brutalmente honesto”, así que traté de ser condescendiente. Sonreí por amabilidad. “No sé si sea un cumplido o una mera observación, pero odio las comparaciones”, le expliqué mientras la miraba a los ojos y ella se sonrojó. “Lo que te puedo decir es que yo ya era así mucho antes de que a alguien se le ocurriera crear a un personaje como el famoso Dr. House”, traté de que entendiera. “Bueno, es que, mm, cuando lo veo me acuerdo de la forma en que eres, bueno la forma en que escribes”, logró hilar una frase de más de 20 palabras, lo cual me sorprendió bastante. Yo estaba allí, en ese salón universitario, tratando de convencer a los alumnos de que se dedicaran a la cría de cerdos o cualquier otra cosa que no fuera el periodismo. Yo hubiera preferido dormir hasta las 10 de la mañana, pero se me hizo muy gacho decirle a mi amigo José Arturo que “no” a la séptima vez que me invitó a “compartir” mi experiencia con sus alumnos. Shales, eso de “compartir tu experiencia” suena muy mamón, como del Club de los Optimistas, le aclaré. Además, siempre invitaba los tragos cuando nos veíamos y no es de gente decente gorrearle a los amigos sin corresponder aunque sea con la lealtad. Por tanto, tuve que ir hasta el sur, a las siete de la mañana, sólo para decir una serie de barbaridades que a nadie le cambiarán la vida. A cambio, debí soportar comparaciones sin sentido. Bueno, podría tener que levantarme a las seis de la mañana para trabajar como alarife o auxiliar de intendencia, así que mejor ni me quejo.
Desde chavo, como todo mundo, he sido objeto de comparaciones. “Te pareces a tu abuelo”, me decía una de mis tías. “Eres igualito que tu padre”, me dijeron infinidades de veces. Ya en la prepa, un amigo rockero estaba obsesionado con su mundo me bautizó como Bowie, porque “te pareces un chingo a David Bowie” acentuó desde su disfraz de Robert Smith. En la universidad me dejé crecer el cabello y se burlaban de mí con el argumento de que vivía en el quinto patio de la Maldita Vecindad. Así pasa siempre. Nunca falta alguien que te diga que tú no eres tú, sino alguien parecido a otra persona. Entonces no es extraño que tardemos en encontrar nuestra identidad, que con regularidad nos sintamos confundidos. Por eso todo mundo tarda en encontrar su lugar: unos se unen a las filas de los skatos, otros forman clanes darketos y se pintan las uñas de negro, muchos se creen emo’s, algunos rinden tributo al heavy metal, y así sucesivamente, hasta que sus padres se hartan y los visten de traje para mandarlos a buscar trabajo. Muy pocos tienen voz propia, se escudan en las multitudes y votan sin conciencia. Y el tiempo pasa y se quejan de todo lo que no entienden, pero poco hacen para mejorar su entorno. En Haití los pobres comen galletas de lodo, en Chiapas la pobreza cohabita con los piojos, en Tabasco se ahogan ante la indiferencia de las autoridades. Y todos somos expertos en buscar culpables, pero postergamos las soluciones. ¿Y tú, que has hecho últimamente para ser una mejor persona?
Durante la charla con estudiantes, un tipo que se creía el tipo-duro-de-la-clase hizo una comparación odiosa: “Escribes como Charles Bukoswki”. Le pregunté qué libros había leído de él y me respondió que sólo uno que se llama La máquina de follar. Muy poco para hablar como un experto. “Cuando leas a John Fante, Bret Easton Ellis, Juan Madrid, Roque Dalton y Benjamín Prado, entre otros, puedes comenzar a etiquetarme”, repliqué con naturalidad. “Y no estoy presumiendo, no se trata de eso, sólo estoy tratando de decirles que mis influencias son variadas”. El chavito me preguntó que si había leído a Sartre. “Lo suficiente para entender que mi locura es irreversible, que la cordura no es una de mis virtudes”, aclaré. Al fondo del salón, el mismo sujeto movió la cabeza en señal de desaprobación. No sé si les parecí mamón o un pobre diablo, pero me aseguré de decirles que el periodismo está lleno de charlatanes, de gente que es mucho menos de lo que se cree, de mujeres vacías, de hombres patéticos. Así que “harían bien en empezar a leer y, sobre todo, a escribir con decencia, porque sobran farsantes y faltan voces inteligentes”. Yo sabía que eso era inútil, porque la mayoría quiere ser como Paty Chapoy o Juan José Origel, y contra eso no se ha encontrado remedio… todavía.
Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
31 de enero de 2008
Desde chavo, como todo mundo, he sido objeto de comparaciones. “Te pareces a tu abuelo”, me decía una de mis tías. “Eres igualito que tu padre”, me dijeron infinidades de veces. Ya en la prepa, un amigo rockero estaba obsesionado con su mundo me bautizó como Bowie, porque “te pareces un chingo a David Bowie” acentuó desde su disfraz de Robert Smith. En la universidad me dejé crecer el cabello y se burlaban de mí con el argumento de que vivía en el quinto patio de la Maldita Vecindad. Así pasa siempre. Nunca falta alguien que te diga que tú no eres tú, sino alguien parecido a otra persona. Entonces no es extraño que tardemos en encontrar nuestra identidad, que con regularidad nos sintamos confundidos. Por eso todo mundo tarda en encontrar su lugar: unos se unen a las filas de los skatos, otros forman clanes darketos y se pintan las uñas de negro, muchos se creen emo’s, algunos rinden tributo al heavy metal, y así sucesivamente, hasta que sus padres se hartan y los visten de traje para mandarlos a buscar trabajo. Muy pocos tienen voz propia, se escudan en las multitudes y votan sin conciencia. Y el tiempo pasa y se quejan de todo lo que no entienden, pero poco hacen para mejorar su entorno. En Haití los pobres comen galletas de lodo, en Chiapas la pobreza cohabita con los piojos, en Tabasco se ahogan ante la indiferencia de las autoridades. Y todos somos expertos en buscar culpables, pero postergamos las soluciones. ¿Y tú, que has hecho últimamente para ser una mejor persona?
Durante la charla con estudiantes, un tipo que se creía el tipo-duro-de-la-clase hizo una comparación odiosa: “Escribes como Charles Bukoswki”. Le pregunté qué libros había leído de él y me respondió que sólo uno que se llama La máquina de follar. Muy poco para hablar como un experto. “Cuando leas a John Fante, Bret Easton Ellis, Juan Madrid, Roque Dalton y Benjamín Prado, entre otros, puedes comenzar a etiquetarme”, repliqué con naturalidad. “Y no estoy presumiendo, no se trata de eso, sólo estoy tratando de decirles que mis influencias son variadas”. El chavito me preguntó que si había leído a Sartre. “Lo suficiente para entender que mi locura es irreversible, que la cordura no es una de mis virtudes”, aclaré. Al fondo del salón, el mismo sujeto movió la cabeza en señal de desaprobación. No sé si les parecí mamón o un pobre diablo, pero me aseguré de decirles que el periodismo está lleno de charlatanes, de gente que es mucho menos de lo que se cree, de mujeres vacías, de hombres patéticos. Así que “harían bien en empezar a leer y, sobre todo, a escribir con decencia, porque sobran farsantes y faltan voces inteligentes”. Yo sabía que eso era inútil, porque la mayoría quiere ser como Paty Chapoy o Juan José Origel, y contra eso no se ha encontrado remedio… todavía.
Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
31 de enero de 2008
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